La cuestión de la credibilidad

"Soy ingeniera y soy feminista. A veces es contradictorio y a menudo es difícil de sostener. Y es que a estas alturas es obvio que el campo de la ingeniería es un mundo muy ajeno a lo social en general y a la búsqueda de la igualdad en particular." 

Este párrafo anterior lo escribí en 2014, cuando apenas me arrancaba en el mundo del feminismo. Para entonces era estudiante del máster en electrónica y me estaba iniciando en la investigación. Aprender y descubrir me gustaba mucho… en paralelo en mis ratos libres aprendía de feminismo y buceaba en internet buscando un contenido que para entonces era mucho menos accesible, mucho más escondido y relegado a algunas webs que yo consideraba demasiado radicales para mí.

Me hice feminista poco a poco. Recuerdo un albañil que hacía obra en el edificio donde estaba mi despacho y me miraba con cara lasciva y se quedaba embobado hasta que desaparecía por el fondo del pasillo. Recuerdo que llegué a salir por la otra puerta del edificio y dar un rodeo de unos minutos para no pasar por el lugar donde él estaba trabajando. Era un albañil de cara rolliza y roja, sin pelo y de "hucha" al aire todo el día. Me daba asco como me miraba. Me daba asco pensar que alguien me miraba así.

Fue en esta época en la que comencé a verme sujeto de situaciones machistas. Para entonces aún no percibía cómo el machismo también me condicionaba en mi entorno laboral.

Si en aquel momento alguien me hubiera dicho que en 2022 iba a escribir estos artículos no le hubiera creído. Lo que ocurría en mi entorno laboral me parecía lo normal y durante muchos años yo misma me masculinizaba más y más  para demostrar mi valía, mi inteligencia y mi resistencia a la presión. Pensaba que era algo que nos pasaba a todas las personas, tardé mucho en darme cuenta de que nos pasaba a algunas más que a otros, y que tenía mucho que ver con la poca credibilidad que se me otorgaba por estudiante, por joven y, sobre todo, por ser mujer.


Para entonces por primera vez trabajé como profesora en un laboratorio - no dominaba la asignatura, no tenía nada que ver con lo que en ese momento yo estaba investigando -. En el laboratorio compartía intermitentemente el aula con otra mujer estudiante de máster (como yo) y con un señor encorbatado con más solera en el aula. Era majísimo y hablaba con la experiencia que habla un señor que lleva 20 años en el mundo laboral y otros tantos dando esa misma asignatura. El alumnado -  de primero de Grado - tenía una actitud muy diferente dependiendo si ese día compartía el laboratorio con ella o con él. Con nosotras dos, el laboratorio se llenaba de ruido, las contestaciones rozaban la falta de educación y llegamos a vivir situaciones muy incómodas entre compañeros que no querían asumir las normas que nosotras habíamos establecido en el laboratorio. 


Aun alucino con el recuerdo de un alumno que presentó un circuito donde no funcionaba nada y al exponerlo a la clase, hablaba como si todo funcionara de maravilla. Nada de lo que decía pasaba en realidad en su circuito, pero el lo narraba como si su realización fuera intachable. Llegó incluso a negarme las correcciones que le hacía a su desfachatez. Yo tenía 28 años, él tenía 18. Pero como buen "señor en potencia" sabía perfectamente que la credibilidad es algo que los hombres poseen y las mujeres no tanto, incluso aunque la mujer en cuestión, fuera su profesora. Días después, en el examen, había otros dos estudiantes de este mismo grupo copiando. Les llamé la atención y les dije que les iba a quitar el examen por copiar. Me dijeron que ellos no estaban copiando, que yo no estaba mirando bien. Ese mismo año se publicó un artículo que demostró que el alumnado consideraba más apto a un profesor que auna profesora.


¿Alguna vez que ha pasado que conoces a una persona y en medio de la conversación piensas a qué se dedicará? Seguro que sí.  ¿Recuerdas si alguna vez has acertado con tu suposición? Yo, dadas mis vivencias, prefiero preguntar abiertamente y sin prejuzgar y me gustaría que se hiciera lo mismo conmigo. ¿por qué? pues porque nadie contempla la posibilidad de que una mujer se dedique a un trabajo tradicionalmente masculinizado y después de decir a qué te dedicas se genere un silencio y se continúe la conversación como si nada. 


Dudo mucho que alguna de las personas que dan por hecho que mi trabajo de profesora es en un cole o un instituto y no en una universidad politécnica, haya reflexionado después sobre cómo había asumido cosas incorrectas y como esto perpetúa creencias machistas que hace que las mujeres no se matriculen en carreras técnicas. Dudo que piensen que esos prejuicios sin importancia son los que hacen que sea tan complicado romper el techo decristal y deshacernos del suelo pegajoso.

A veces incluso nosotras ocultamos nuestra profesión. Una vez escuché en la radio a una mujer que pilotaba aviones diciendo que solía decir a sus ligues que era azafata, “para no espantarles”.

Una de las más graves que recuerdo le sucedió a una doctora joven que había venido desde el extranjero a la universidad donde yo trabajaba para hacer de tribunal de una tesis doctoral. La llamaré Pepa Pérez y digamos que era profesora de la Universidad de la Conchinchina. Pepa estuvo unos días viendo cómo trabajábamos y un estudiante que estaba comenzando su doctorado le preguntó:

ÉL: ¿Has venido por la tesis? ¿Conoces a Pepa que ha venido a la tesis también?
ELLA: “Sí, yo soy Pepa”.
ÉL: “No… me refiero a Pepa de la Universidad de la Conchinchina.”
ELLA: “Em… sí, esa soy yo”.
ÉL: “No… me refiero a Pepa… la doctora de la Universidad de la Conchinchina.”
ELLA: “Em… sí, esa soy yo”.
ÉL: “¡Anda! ¿Pepa la doctora de la Universidad de la Conchinchina eres tú? Encantado soy Carlos Castellano.” 

Otro recuerdo turbio es el de aquella vez que un cliente llamó a mi jefe para decirle que yo no podía trabajar sola y necesitaba supervisión. Nadie en el mundo había montado y trabajado tantas horas con el cacharro que estábamos fabricándole. O aquella otra vez que uno de mis jefes se rio en medio de una comida profesional al yo contar que un señor bastante importante del ámbito en que investigábamos, había estado hablando conmigo un buen rato de cómo usábamos nuestros láseres: “querría ligar contigo”, insistió entre risas. La conversación de la que hablaba tuvo lugar después de mi conferencia en un congreso sobre fotónica y fue puramente profesional, por supuesto.

He tardado mucho en darme cuenta de la clave: la cuestión de la credibilidad todavía no la tenemos ganada como mujeres

Son muchas veces las que he sentido que lo que digo en las reuniones no es importante, pero si un compañero varón lo repite en la siguiente reunión pasa a ser la mejor idea que hemos tenido en mucho tiempo. De todo esto habla Jamie Newton en estacharla TEDx 

 

Las consecuencias de no ver las relaciones entre nuestros sesgos y nuestras acciones nos hacen falsear la realidad. Darwin en su gran análisis sobre el origen animal del hombre cometió el error de decir que las hembras humanas eran pasivas y menos inteligentes. Mujeres como Antoinette BlackwellMary Sommerville le pidieron que reconsiderara y él las ignoró, a pesar de las valoraba como científicas. De aquellos polvos vienen estos lodos.


A veces el problema es que no nos otorgan la credibilidad en lo que decimos o hacemos. A veces ni siquiera ven creíble que tengamos la profesión o las cualidades que tenemos.  Yendo más allá resulta que la cuestión de la credibilidad tiene un sesgo de género, pero tiene otros muchos sesgos, recogidos en el término “injusticia epistémica” 

En el siguiente artículo indican 5 maneras para obtener lacredibilidad . Hablar asertiva y claramente, crear una primera buena impresión, establecer pautas claras en la comunicación del equipo... No digo que esté mal, y seguramente leerlo sea útil para muchas de nosotras… pero no dejemos de lado el meollo de la cuestión: los trabajadores varones en mi misma situación no se ven en esa tesitura y no tienen que hacer NADA para minimizar NADA, simple y llanamente porque son creídos. 

Quiero llegar un día a trabajar en chandal, de mal humor y equivocarme en los dos primeros minutos… y que me valoren exactamente igual que un señor que llegue a trabajar en chandal, de mal humor y que se equivoque ese día en los dos primeros minutos. Ni más, ni menos.

Yo diría que algo hemos avanzado, lógicamente, en cuestiones de igualdad en el último siglo y en la última década. Pero todos los avances sociales corren el riesgo de tapar las desigualdades más sutiles, sobre las que no se llegaron a poner luz. Y estas cuestiones son fundamentales para poder vivir un entorno laboral sin machismos, donde las mujeres podamos trabajar, exactamente como lo haría un señor con las mismas aptitudes que tenemos nosotras. 

Cuando hablamos, todavía, no se nos otorga la credibilidad que se nos otorgaría si tuviéramos bigote, corbata y la voz un poco más grave. Todavía la credibilidad depende demasiado de la ropa que usemos y la imagen que transmitamos y demasiado poco de si lo que estamos haciendo está bien hecho.  Todavía queda mucho por hacer en cuanto a la credibilidad que tenemos las mujeres en entornos masculinizados. 

Mientras esto no cambie seguiremos teniendo que justificar que nos dedicamos a ello, que lo podemos hacer y que, además, precisamente por estos sobreesfuerzos sobrevenidos, lo hacemos mejor que nuestros compañeros varones.

 

Mientras tanto, me declaro IMPOSTORA.


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