La despoblación rural (I). Quién te cerrará los ojos

Obra (y foto) de la artista Gloria Rubio en Ambasaguas del Curueño (León)

 "Poco dicen del pueblo los que se quedan, salvo que cada vez hay menos gente y que han cerrado otro bar. Es su letanía y destila una espera latente, como si hubieran elegido quedarse a ver el final de una película y hubieran olvidado las palomitas. Y no es resignación: a veces hay incluso un poco de rebeldía en su decisión.

 
Vivieron la despoblación rural -sin ponerle nombre-, no como el que se va, sino como el que se queda para ser testigo y centinela. Vieron caer los muros y crecer la hiedra. Escucharon el silencio que anuncia la muerte inminente y resistieron porque tenían un contrato tácito con la tierra en la que habían nacido." 
 
VIRGINIA MENDOZA, Quién te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural
 
 ***
 
La primera vez que pensé en esta sección, mi idea principal era encontrarme con historias de vida de mujeres y proyectos colectivos feministas de la provincia de Cuenca; conocerlos, visibilizarlos, poder ir construyendo una red de trabajo y apoyo mutuo. Había vuelto a mi tierra después de veinte años viviendo fuera y quería redescubrirla, ponerme en contacto con gente con la que pudiera resonar, aprender de muchas cosas que me interesan... Un tiempo después, tras haber preguntado y movilizado a mis contactos y buscar mucho por Internet, reconozco que no he encontrado (o no he sabido encontrar) muchas cosas por aquí, al menos no tantas como esperaba y necesitaba para escribir los veinte artículos a los que me había comprometido.

Lo cierto es que yo venía de vivir nueve años en otra realidad rural (tengo mis dudas si realmente se la puede denominar así): la Sierra Norte madrileña, la que llaman "la sierra pobre" -aunque ahora mismo no diría yo que merezca tal nombre-, y, efectivamente, ese era otro panorama. Y aunque no esperaba lo mismo ni mucho menos, el contraste ha sido abrumador. 

La demografía se ha impuesto y me contesta con datos en la mano: no puedes pedirle peras al olmo. Mientras que en la zona en que yo vivía hay una densidad de población media de 24 hab/km2 (con cifras bastante dispares que van desde los 120,70 de Miraflores de la Sierra hasta los 3 hab/km2 de La Hiruela), en la provincia de Cuenca son 11,6 hab/km2 (incluyendo la capital y los pueblos más grandes de la Mancha), 7,8 hab/km2 en el 80% del territorio provincial, y ese número se reduce drásticamente en algunas zonas como el 0,35% de Arandilla del Arroyo. La provincia de Cuenca está casi íntegramente situada en una zona denominada "Serranía Celtibérica" que es un "desierto demográfico sin posibilidad de regeneración", según lxs expertxs. Este territorio, del que forman parte -en mayor o menor medida- diez provincias (Zaragoza, Teruel; Guadalajara, Cuenca, Soria, Burgos, Segovia, Castellón y Valencia), es un concepto concebido y puesto en circulación por Francisco Burillo, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, y que descubrí leyendo el libro de crónicas de Paco Cerdá: Los últimos. Voces de la Laponia española, publicado por Pepitas de Calabaza a comienzos del 2017, y en el que el periodista se sumerge en un viaje por estas tierras, absorbiendo sus paisajes y acercándose a sus habitantes de modo que compone un interesante retrato de esta área escasamente poblada que tiene menor densidad de población que Laponia. 
 
Olmedilla de Eliz (alcarria conquense), parada del coche de línea. | NAVIA
 

Tan solo cuatro meses después, LIBROS DEL K.O. publicaba Quién te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural, escrito por Virginia Mendoza. Ambos venían a poner en el foco los territorios invisibles y olvidados de nuestra geografía y, sobre todo, a las personas que los habitan. Hay, no obstante, diferencias entre uno y otro. Para mí el de Virginia tira menos de datos y estadísticas, su manera de aportar contexto y contenido se fundamenta en otro tipo de conexiones: apuntes naturalistas, anécdotas autobiográficas, costumbres rurales... y otras entre las que es notable el diálogo con obras de la literatura y el conocimiento académico.

Mendoza es una periodista, antropóloga y escritora ciudarrealeña que, según cuenta en su libro, vivió su niñez en Terrinches (653 habitantes en 2020) y actualmente reside en un pueblo de Zaragoza, según nos cuenta en su web. Su libro está centrado en rescatar la memoria de un mundo rural en vías de extinción a partir de los restos de una cultura que desaparece, a través de las historias personales de lxs últimxs habitantes de pueblos que se encuentran ya tocados de muerte, en el último estadío de su descomposición. Aparecen casi como fantasmagorías personas que viven literalmente entre ruinas, que, en su mayor parte, tienen una economía de subsistencia (un huerto, unos pocos animales, unas colmenas...), o regentan un albergue del Camino de Santiago, o viven de las rentas y del sueño de contribuir a revivir los pueblos... Alejadxs de las tiendas, de los centros de salud, de la gente, bebiendo agua de pozo ante la inexistencia de agua corriente en unos casos, con difícil acceso a la electricidad en otros, nos encontramos a los últimos pobladores de La Estrella (Teruel), Foncebadón (León), Jaramillo Quemado (Burgos), Los Rubios (Badajoz), las Tierras Altas de Soria... 

 Quién te cerrará los ojos es un testimonio sobre una ruralidad determinada, la parte más extrema de eso que llaman "España vaciada", y que encierra realidades dispares. Esto me parece importante recordarlo: no hay una única realidad rural, las imágenes de este libro nos muestran la que afecta a las zonas más despobladas. 

Es también un legado al futuro que documenta y señala un acontecimiento histórico invisible y deliberadamente olvidado en nuestro presente y pasado cercano, un registro necesario que lucha precisamente contra ese olvido y al que debemos mirar necesariamente para pensar y reclamar un futuro que no pase por la aniquilación de más pueblos. 
 

 
Lo heroico de la resistencia rural es su enfrentamiento directo y solitario contra la muerte

Como ya se adelanta en el subtítulo (Historias de arraigo y soledad en la España rural), la obra bucea en las razones que tienen lxs últimxs moradorxs de estos pueblos para no marchar, no seguir los pasos del resto, permanecer en soledad y resistencia, pese a las inconveniencias y obstáculos. Otro tema también anticipado en el título que recorre el libro y une las historias de unxs y otrxs es la muerte, que aparece como realidad, como sombra que merodea esos pueblos moribundos y también como parte de la cultura rural... Buena razón tiene Virginia en remarcar el tanatorio nuevo que han construido en su pueblo: el dejar de velar los muertos en sus casas ¿no es un signo evidente de que la cultura rural ha sido engullida una vez más por lo urbano? 

A mí los tanatorios no me gustan. Mis primeros contactos con la muerte fueron en mi pueblo. Hasta entonces en mi familia ya habían muerto algunas personas pero mientras estaba en la ciudad era fácil para mis padres mantenerme alejada de ello. En mi pueblo era una parte más de la realidad y más difícil de esquivar. Cuando ya era una púber empecé a ir a los entierros que había acompañando a mi abuela, normalmente de personas viejísimas que yo no conocía o de las que me acordaba vagamente. También fui a varios de gente joven, que por supuesto supusieron un acontecimiento en forma de duro golpe para la comunidad, que perdía a unx de sus hijxs. A los quince años, durante cinco días limpié y fregué el salón en el que iban a poner de cuerpo presente a mi bisabuela Maximiana, que no se terminaba de morir y agonizó durante tres días. Los estertores de su agonía los oía cada vez que pasaba al baño o desde la habitación de enfrente, que yo tenía que ocupar provisionalmente porque ella estaba muriendo en la que era mi habitación, en la que era mi cama. Cada noche parecía que iba a ser la última, pero resistía. Cada noche y durante todo el día se pasaban familiares y vecinxs a estar un rato con mi abuela e informarse. Mi abuela pasaba al cuarto a cada rato a ver cómo iba. Hasta que una vez ya no salió al cabo y simplemente oímos sus gritos: ¡Madre! ¡Madre! Y todas nos levantamos. Estábamos en la cocinilla la Albinita, la Bene y yo, hablando de cualquier cosa y con la tele apagada, por supuesto. Una de las cosas que tuve que aprender era que la muerte no podía coexistir con la televisión, que no podía estar encendida si en la habitación de al lado había alguien muriendo y tampoco los días de después, que eso era también el luto. Entonces gritó ¡huérfana que me he quedao! y a mí se me apretó el corazón porque no me esperaba oírla decir aquello, una abuela y una huérfana eran para mí realidades muy diferentes.

Voces en el silencio

Mensaje de Marcos León, vecino del pueblo soriano de Vea, en el muro de la iglesia: "Día 21 de Octubre de 1962. se ba terminando el pueblo ya se ha terminado la fiesta que no sé si habrá más año por que desaparecen un 90% de los vecinos."
 

Uno de los grandes aciertos del libro es para mí la visibilización de las voces de lxs protagonistas que a veces dialogan con la autora, y que en otras, de forma muy acertada, se muestran completamente solas, incluso en algunos capítulos de principio a fin. No hay aquí una otra voz que  tutele, comente, apostille, que tenga la última palabra. Incluso, la autora se permite jugar a inventar un posible diálogo entre uno de sus entrevistadxs y el personaje literario de La lluvia amarilla, un referente obligado de las obras de literatura que ponen en el foco el tema de la despoblación rural escrito por Julio Llamazares en los años ochenta. 

En estas voces hay algo de resignación pero también mucha dignidad y protesta. Estos cuerpos no se abandonan a la inacción, siguen luchando día a día para mantener lo que tienen, lo que son: su territorio. Y lo defienden reconstruyendo las casas para cuando otrxs lleguen, o,  como María (que ha vivido treinta y cinco años sola con su hijo en Foncebadón), subiéndose por las paredes al tejado de la iglesia, para, armada con unas piedras y una vara, impedir que una comitiva de cuatro guardias civiles, seis obreros y dos curas en representación del Obispado de Astorga, se llevasen las campanas de la iglesia que eran su único medio de comunicación con el exterior y las que quería que doblaran tras su muerte.

A mí me hubiera gustado ver su acción épica en las noticias, también tantas otras que se suceden día tras día pero que permanecen envueltas en el silencio siniestro de una sociedad que les da la espalda y mira para otro lado. Contemos las historias de rebeldía de tantas mujeres que resisten en el medio rural, hagámoslas nuestra bandera. 

[PD. Si sabéis de alguna, hacérnosla llegar a nuestro correo o a través de los comentarios a esta entrada.]

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Comentarios

  1. Que gran historia la de María salvadora de campanas - salvadora de su patrimonio comunitario cuando ya no queda comunidad y ella hace de todos, llenando el hueco de los desertores y de los muertos -....

    Me ha encantado el artículo, las fuentes y tu propia historia.

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  2. Interesantísimo a la par que sobrecogedor. Reflexiones que nunca me había hecho desde la comodidad de la ciudad. Siempre me han gustado tu historias de púber y sobretodo cómo las cuentas.

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  3. Que bonito. La nostalgia a las raíces va llegando con los años. Ojalá nos demos cuenta a tiempo el valor que representa la red de apoyo del pueblo ante la desgracia la necesidad o la alegría.
    Sueño con que esta nueva subnormalidad nos lleve a recuperar lo que de verdad importa, que cambiemos lo material por lo humano y nos demos cuenta que las necesidades del ser humano no son las que nos han hecho creer

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    1. Totalmente de acuerdo contigo. Las redes de apoyo cercanas son nuestra única salvación como humanas en este momento de la historia. ¡Hay que recuperarlas!

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  4. Hoy he leido de tu muerte, a los 97 años de edad. Grande Maria. Luchadora, dicen que eras arisca y desconfiada, nunca lo fuiste, te hicieron dura por las condiciones adversas en la que vivias y desconfiabas porque nunca se preocuparon de tu hermoso pueblo vivias. Te conoci personalmente cuando solo vivias tu y tu hijo. Agradecida me ofreciste un cafe que comparti contigo sentados en la poyata de tu casa desvencijada, pero humilde , como tu. Fuiste grande, Maria, y fuerte como las piedras del despoblado Foncebadon. Espero que ahi arriba sigas oyendo las campanas que con tanta dignidad defendiste. Que grande Maria.

    Delfin

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