La lengua es de quien la trabaja [Trilogía de la Voz 3/3]

 En el encuentro literario feminista de Letraheridas de 2020, las escritoras María Sánchez y Andrea Abreu compartieron en streaming una conversación sobre la literatura sobre y desde lo rural, que os animo encarecidamente a ver (os aseguro que pasa el test de Bechdel: tres mujeres que hablan de cosas muy interesantes que no tienen que ver con hombres).



 

 Además de reivindicar el habla rural como medio de expresión artística (lo que ya comentamos en el post anterior), hablaron de sus orígenes desde la conciencia de que, como mujeres, ellas han contado con mayores oportunidades que sus antecesoras. Ambas hablan de sus madres en el rural y ponen el acento en que no tuvieron una vida en la que ni siquiera se les pudiera pasar por la cabeza ser escritoras: dejaron pronto sus estudios para trabajar, una en el campo, la otra “limpiando la mierda de los turistas”, en un entorno espacio-temporal y dentro de una clase social que no favorecía la estimulación intelectual y el “ocio cultural”.

Es verdad que el sistema educativo de la democracia (junto al esfuerzo económico y emocional de las familias) nos permitió a la generación posterior la posibilidad de ir a la universidad y entrar en contacto con la vida cultural urbana, con la literatura y la escritura, pero eso no ha servido, sin embargo, para que nuestra posición económica sea mejor ni la que se esperaba. Ambas escritoras forman parte de ese proletariado cultural que sabe de la precariedad, la combinación de la escritura con otros trabajos… En un momento, Sánchez hace referencia a su mesa como símbolo de esa precariedad: una única mesa en la que come, trabaja, escribe y deposita libros y otros objetos que continuamente debe retirar para poder llevar a cabo cualquiera de las acciones anteriores. También habla de escribir cansada después de todas las tareas del día, siempre antepuestas a la escritura. 

El tiempo para la escritura es importante. Las condiciones materiales de la existencia, también. Hablan de la diferencia entre escribir poesía y una novela, cómo la conexión con la poesía es fogonazo que se impone en el momento y permite una creación caótica y fragmentada, mientras que la novela necesita un hábito, un horario laboral. Abreu señala que para escribir su novela Panza de Burro tuvo que dejar de trabajar y hacer malabares económicos que le supusieron deudas. Quién puede permitirse escribir una novela y a costa de qué.


Efectivamente, los medios materiales de la existencia (pre)suponen mayores o menores dificultades por lo que todas las mujeres no sufren de igual manera la dificultad para ser escritora: una mujer blanca de la Academia, de clase alta, tendrá mucho más fácil acceso a la escritura y a la edición y difusión de sus obras, también mayor visibilidad, que una mujer campesina o una obrera empobrecidas. ¿Qué malabares tiene que hacer una mujer que trabaje en el campo, con sus animales, que cuide de su casa y de su familia, para poder ponerse a escribir? ¿Cuándo? ¿Renunciando a qué? ¿Se ha planteado tan siquiera que sus historias tienen un valor, que tiene el derecho a romper el silencio que se le ha asignado socialmente? 

Esa precariedad va más allá de lo material y es también extensible a la autoestima, la autoafirmación, la salud mental y emocional. Quizás esta es la parte que más me gusta del encuentro, pues no es usual que lxs autorxs traten de estos temas en público, cuando es tan revelador y necesario. Ambas escritoras visibilizan el malestar psicológico que les genera la sobreexposición, la falta de reconocimiento, el acoso sexual, etc., que vienen aparejados al lugar en que están ahora y que podemos tener mitificado... ¡Gracias por ser tan valientes!

Sea como sea, las dos escritoras han transitado un camino con el que han conseguido poner a las mujeres del medio rural como protagonistas en el mundo de la cultura esa que dicen con mayúscula. Que han hecho escuchar su voz, nuestras voces, nuestras historias, con atención en la ciudad. 

 


Que no hayan estado antes en ese lugar de prestigio, no quiere decir, sin embargo, que no haya habido otras que previamente hayan contado sus historias para la comunidad. En el medio rural, las mujeres han sido grandes contadoras de historias, y eso no podemos olvidarlo. En el documental La memoria de los cuentos (un proyecto de A. R. Almodóvar y López Linares) podemos escuchar las voces de mujeres rurales de diferentes puntos del Estado, que son los últimos bastiones de la resistencia de otra tradición más que se pierde: la narración oral, el acto de juntarse para contar historias. 



Entre ellas, aparece Consolación Soriano, del pueblo de Iniesta, al sur de la provincia de Cuenca. Ni Consolación ni las demás alcanzaron la fama, pero son referentes que no deberíamos olvidar; al contrario, escucharlas es un aprendizaje y una inspiración, ellas nos muestran un camino para poder escribir desde la voz que nos conecta a la raíz. Ese reconocimiento de ellas como la fuente, también lo hace Andrea Abreu cuando dice que el referente de lengua que ella toma para Panza de burro es la de su abuela Chela, e incluso ha acuñado el término "chelismos" para sus expresiones. 

La lengua es de quien la trabaja. La literatura es mucho más que los libros publicados, es un patrimonio inmaterial de los pueblos. Normalmente se ha discriminado la literatura popular frente a la culta, la literatura oral frente a la escrita. Y en esa elección hemos perdido la posibilidad de acceder a ese conocimiento a la vez que lo hemos desvalorizado. Ha llegado la hora de revertir esa tendencia y honrar la cultura rural y el importante papel que desempeñan las mujeres en ella.

¿Cómo se llaman? ¿Quiénes son? ¿Conocéis a alguna narradora oral en vuestro pueblo? ¿Queréis compartirnos su nombre y su historia? Animaos a hacerlo en los comentarios, estaría muy bien poder darles un homenaje, visibilizar su labor como se merece y dejar testimonio para la memoria.




Comentarios

  1. En mi pueblo (Socuéllamos), había - supongo que seguirá existiendo aunque ya mayor - una señora a la que llamaban "la rezaera". Su oficio era rezar en los duelos, rezaba el rosario llevando la voz cantante y acompañaba en ese momento a las mujeres dolientes a llevar mejor su dolor, a sentir que podían hacer algo ante el gran vacío que supone la muerte de un ser querido.
    Esta señora era de estas mujeres cuya presencia se nota. Siempre bien arreglada y pintada, con su pelo rubio y sus zapatos de tacón. A mi de pequeña su presencia me maravillaba.
    Yo tocaba en la banda municipal. La última "pieza" que se tocaba en cada concierto era el himno del pueblo. Me encantaba que fuera la única que se levantaba del asiento y cantaba el himno importándole poco si alguien más lo hacía o no.

    No se si contaba historias, pero ante la pregunta del artículo me ha venido ella a la cabeza, pero tenía ese talante hipnotizador que debe tener la narración oral.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "La rezaera" bien podría estar en Álmaciga. Sí, ese trabajo comunitario, no pagado y poco valorado -como todos los de cuidados de las personas y de los procesos de vida- tenía mucha importancia. Mi bisabuela también era la "rezaera" de mi pueblo, pero creo que allí no la llamaban así, era "la Maximiana", no hacía falta decir más, que todo el mundo sabía quién era. Te la podías encontrar en cualquier casa del pueblo, que a todas pasaba. Es lo que tiene la labor de acompañar en la enfermedad y la muerte. Hacer lo único que puedes hacer: estar, consolar, rezar. Algún día os contaré de ella en algún artículo... Gracias por enriquecer los artículos con tus comentarios! Muchísimas gracias, de verdad. Es genial sentirse acompañada en la escritura!

      Eliminar

Publicar un comentario

Los comentarios enriquecen el contenido de esta revista. Te agradecemos tu participación