Literaturas del encierro (III): El cuerpo y la casa

Parece que la vida se ha convertido en una espera. La espera de ese punto álgido que es “cuando todo esto pase”. Cuando, recobrando la libertad de movimiento, podamos volver a eso que llamábamos vida: ganarse la vida, tener una vida, vivir la vida. Después de esta pausa forzada. Esperamos a que nos digan que podemos abrir nuestras puertas, a que nos den permiso para visitar y abrazar a nuestros seres queridos. Esperamos.


Pero mientras esperamos, la Vida no para, la Vida se hace y se deshace, nosotras estamos tejiéndola.  Generamos nuevos hábitos, dejamos otros atrás, seguimos llevando a cabo rituales que nos acompañan desde hace años… ¿Cómo estamos habitando la casa? ¿Qué itinerarios seguimos por ella? ¿Qué acciones repetimos? ¿Qué espacio(s) elegimos? ¿Para hacer qué? ¿Cómo están nuestros cuerpos?

Vamos a explorar la relación cuerpo-casa, esa íntima conjunción de nuestras geografías más cercanas[i] y para ello os doy un par de ideas de cómo abordarla, aunque lo podéis hacer como queráis, ajustando la propuesta a vuestras propias necesidades actuales.

I. No canto: solo espero con la boca abierta
El título es un poema mío que escribí hace ya unos años. Cuando sentía que mi estar en el mundo se reducía a estar a la espera de que algo -un milagro- viniera a sacarme de la torre en la que estaba encerrada. De esa época también es esta foto, una pequeña pieza de arte postal (que pretendía dialogar con la obra fotográfica L ‘atendant, de mi amiga la artista Carolina Cruz Guimarey) y el poema que la sigue:


Despizcar laboriosamente
las osamentas de pasado
varadas ante mi portal.
Hacer croquetas con
el picadillo de los
momentos ausentes.
Bailarme un tango de los tristes.
Defenestrar este saco blanduzco
por el campanario de las horas.
… I’m waiting


Así, os propongo escribir un texto sobre la experiencia de la espera (y cómo se expresa en el espacio que habitáis) o hacer una fotografía que la encarne. O ambas :)


II. Espacio en movimiento.

Narramos una escena donde desarrollemos un hábito (nuevo, viejo, agotado, importante, banal...) o una acción repetida por nosotras en el espacio de la casa durante esta cuarentena. Puede ser un texto de tono poético, descriptivo, reflexivo… Sería interesante también darle forma de microrrelato.


Esta podría ser una posibilidad de tantas (buscad la propia):


ando todo el día desorientada bajo escaleras subo escaleras paseo los pasillos y las salas me cuesta concentrarme en un objetivo dedicarme por entero encontrar una motivación que sacuda esta apatía esta falta pasan los minutos y me sigo preguntando qué hago y se me ocurren tantas cosas pero me da pereza porque anticipo el fracaso está esperando ahí nomás el fracaso el mundo se me cae a los pies entre las manos[ii]



[i]El concepto de cuerpo como la geografía más cercana es desarrollado por la poeta, ensayista y crítica feminista Adrienne Rich en su artículo “Apuntes para una política de la ubicación” (1984). Hoy podemos encontrarlo en el volumen recopilatorio recientemente editado por Capitán Swing, Ensayos esenciales. Cultura, política y el arte de la poesía.

[ii]Esto es una entrada de mi blog de aquella época, hace tres años, cuando vivía en una casa de 550 m² distribuidos en tres plantas y tenía un jardín hermoso y una entrada al bosque. Estos últimos días he pensado mucho en aquella casa.
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Nueva sección que hemos dado en llamar Literaturas del Encierro, para retomar nuestra red de contacto y nuestros encuentros de manera virtual y compartir los conocimientos que tenemos al respecto. En ella podréis encontrar una recopilación de reseñas y comentarios acerca de libros en los que aparece el encierro como materia literaria, pero también un minitaller de escritura en el que podréis participar de manera libre y gratuita siguiendo las consignas que iremos proponiendo en sucesivas entradas.

#CompartirEsVivir

Comentarios

  1. Correr las cortinas. Primero, las del salón. La verde tupida que siempre se engancha un poco, para que el rayo de sol no me desvele antes de tiempo. Y la translúcida de pajaritos, para no ver la luz de neón de la cocina de la vecina de abajo.

    Luego, la del estudio, más pajaritos, con su dobladillo grapado con grapas muy igualitas todas parejas. Que coser no coso, pero tengo buen gusto.

    Por último, mi cuarto. Si no diluvia y no me vence la pereza, saco medio cuerpo fuera para cerrar antes las contraventanas.

    Entonces si, con las cortinas añil ya extendidas, me preparo para acurrucarme
    otra noche en mi casarefugio, hasta que vuelva el día y comience a descubrir las mismas ventanas y a asomarme a las mismas dudas.

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  2. No llevaba ni la mitad de las hierbas segadas cuando sentí el aire frio que precede a la tormenta.
    Levante mis hombros y vi como surfeaba el cielo, acercándose con sus colores grises y negros, a ritmos de rayos.
    La veleta no mentía y mis sentidos tampoco.
    Sin mucha pausa fui recogiendo las dos sillas y las mesita verde que estaban al raso por los pasados días de sol.
    Lo siguiente en lo que pensé fue en los tomates, así que tapé los semilleros pequeños y pasé a cubierto los plantones grandes.
    Aún tenía la hoz en la mano cuando sonaron mil cristales partiéndose en las alturas, me asomé detrás de la casa y miré hacia el pueblo, pero una cortina blanca tapaba todo el horizonte.
    A partir de ese momento hubo un estruendo continuo en el tiempo, mezclado con el sonido del granizo en el tejado de chapa del porche.
    Yo estaba allí debajo, viendo caer la piedra sobre las habas, pidiendo al cielo que tuviera piedad, sufriendo como las abuelas sufrían cuando granizaba pensé. Dolor que no comprendes hasta que son tus semillas y tu alimento lo que no puedes proteger.

    VER FOTO

    Este texto nos llega por correo. Su autora es Jesusa Canalla
    @jesusa_canalla en instagram

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  3. LOS APLAUSOS DE LAS 8.


    Los primeros días de encierro el aplauso de las 8 me pilló en la calle con el perro.
    Desde el parque donde estábamos, que es el centro de varios barrios en alto, hay una acústica espectacular para disfrutar de esa fiesta improvisada de la gratitud enclaustrada.

    Los primeros días me gustaba que el momento aplauso me pillase en el parque. Me parecía emocionante sentir que la separación de los tabiques, a esa hora del día, daba paso a la unión en los balcones.

    Todos aplaudiendo. Todos (sin distinciones ideológicas) expresando al unísono nuestra gratitud a los servicios sanitarios. Algo que, desde mi trastienda existencialista, leo como la expresión conjunta del pánico colectivo a la enfermedad y la muerte, el mayor de los miedos humanos. A las 8 en el parque, durante las primeras semanas, se me ponía la piel de gallina y las lágrimas llenaban mis ojos, con esa demostración de hermandad en la vulnerabilidad en forma de aplausos y bitores.

    En sólo dos semanas esta fiesta popular improvisada se convirtió en la “procesión de los que se consideran aplaudidos”. Los humanos aplausos quedaron apagados por el intranquilizador sonido de las sirenas de los coches oficiales. ¿Nadie se ha parado a pensar en ello? Las sirenas significan peligro, urgencia, alarma. Esta fiesta ya no mola.
    Antes de ayer, en la procesión de los aplaudidos no había ambulancias. Conté 4 coches de policía, un camión de bomberos y protección civil.

    Las fiestas cambian mucho dependiendo de la gente que participe en ella. Yo he estado en fiestas luminosas y alegres durante el día, que mutan a última hora. Donde al principio había niños jugando, bailes y risas, acaban quedando los más trasnochados. La alegría con la que se inició la reunión de personas desaparece, y una energía enrarecida, incómoda y violenta, solo perceptible para los sobrios, se instalan en el ambiente. A mí en ese punto la fiesta deja de gustarme y me voy a dormir.

    El espectáculo que hoy ofrece el aplauso de las 8 me inquieta y entristece. Los ebrios han tomado las riendas. Por si solos no van a notar que sobran, a los ebrios les gusta ser vistos.

    Ahora a las 8 siguen acudiendo las lágrimas, pero ya no aplaudo.

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