La otra Beatriz de Bobadilla, sobrina de la marquesa de Moya.

(Según la novela Un sueño ajeno, de Víctor M. Bello Jiménez)

En la novela Un sueño ajeno, del escritor Víctor M. Bello Jiménez, publicada recientemente en la editorial Caballos Azules, se habla de Beatriz de Bobadilla, una mujer con una vida tan célebre y novelesca como la de su famosa tía, la marquesa de Moya, cuyo panteón está en el pueblo conquense de Carboneras de Guadazaón, a orillas de la carretera.


Portada del libro recogida de aquí

El libro citado trata de la vida de Inés de Peraza, señora de las islas Canarias, la primera mujer que gobernó un territorio de ultramar en el reino de Castilla.  Una mujer ambiciosa que accede a este poder por la muerte de los hombres de su familia, primero su padre y su hermano, y después su marido y su hijo. 

Las vicisitudes de este personaje histórico, protagonista de la novela, son de por sí relevantes y dignas de mención, pero voy a centrarme en esta reseña en la antagonista, esa sobrina  homónima de la marquesa de Moya a la que muchos confunden con la esposa del converso conquense  Andrés de Cabrera, tesorero del rey Enrique IV y más tarde de su hermana Isabel la Católica. Las dos, tía y sobrina, fueron damas de la corte de esta reina de Castilla, pero a diferencia de la primera, la tía que era 7 años mayor que Isabel, su consejera y amiga íntima, la sobrina, a la que algunas crónicas (y también en la novela) llaman la Cazadora, era su rival en el lecho real. De ahí que Isabel, para alejarla de los brazos de su marido, el muy católico rey Fernando, la obligase a casarse con el hijo de la señora de Canarias, el territorio más alejado de la Corona.

A la suegra no le gustó nada la imposición de esa nuera de la que todos sabían que había sido amante del rey. Pero ese hijo segundo suyo era el favorito y heredero, dada la locura del primogénito, Pedro, al que habían recluido en un monasterio para evitarle una condena a muerte por asesinato. Así que, con mucho dolor y bastante rabia, aceptó dejar el gobierno de sus islas como herencia entre sus hijos, favoreciendo a Hernán con “las islas de Hierro y La Gomera, con sus fortalezas, vasallos, términos, rentas, pechos y derechos, jurisdicción y todo lo demás que hubiere”.  A sus otros hijos, Sancho, Constanza y María, les dejó las islas de Lanzarote y Fuerteventura.

A la muerte prematura de Fernán, gobernaría esas islas su esposa, Beatriz de Bobadilla, en nombre de los dos hijos que había tenido el matrimonio, Inés y Guillén, que eran menores de edad.

En la novela se cuenta que el hecho de que Cristóbal Colón parase en las islas Canarias, en sus travesías al nuevo mundo, se debía a que la viuda Beatriz de Bobadilla era su amante.  

La suegra sospecha que lo fue mientras estuvo casada con su hijo Fernán Peraza, y también, a la muerte de este, asesinado en una revuelta guanche. Si bien, Beatriz se vengó de esta muerte mandando ajusticiar a mucha gente.

Al quedar viuda con 22 años, contrajo segundas nupcias con el Adelantado de Canarias don Alonso Fernández de Lugo y siguió gobernando las islas, no solo el Hierro y la Gomera, sino las islas restantes del archipiélago canario.



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