La dama y el unicornio

 Anónimo, A mon seul desir, de la serie de tapices ‘La dama y el unicornio’, ultimo cuarto del siglo XV-inicios del siglo XVI. Musée National du Moyen Age, París.



Los tapices “La Dama y el Unicornio” son quizás los más conocidos de la Edad Media, especialmente por su aparición en multitud de escenarios, como la Sala Común de Gryffindor de la saga Harry Potter. Interpretados tradicionalmente como una serie alegórica de los sentidos, hoy se propone una lectura donde la mujer protagonista evidencia su dominio de las estrategias y protocolos del amor cortés, con una iconografía basada en el notable 'Roman de la Rose' de Guillaume de Lorris y Jean de Meung. 



Así, la dama calcula cada paso en su cortejo para conseguir seducir al que ha elegido como su amante: el unicornio. En este ciclo, por tanto, el unicornio encarnaría la figura del joven que queda prendado ante las virtudes de la doncella. De hecho, el interés del animal va in crescendo según se suceden las escenas. Esta idea entronca con la tradición asentada desde san Isidoro, sobre la atracción que sienten los unicornios por las jóvenes vírgenes. Sólo de este modo podían ser capturados y conseguirse su cuerno, que poseía múltiples virtudes curativas. El león también es un personaje constante en el ciclo. Sin embargo, se limita a sostener las divisas -al igual que el unicornio- del comitente de esta serie de tapices: Jean le Viste, noble de la corte de Carlos VII de Francia. Por ello, se ha considerado que podría encarnar otro caballero cortesano pero ajeno al cortejo.




Entre las diferentes escenas os traigo la más controvertida. Recibe su título del mote que se indica en la tienda “A mon seul desir”, es decir “sólo a mi deseo”, en referencia directa a la voluntad de la dama de cumplir y llevar a término su propio deseo, que va conseguir por su astucia: cautivar al unicornio. 

Esta escena ha sido interpretada por Dulce Mª González como la ‘Manifestación del deseo’ en este camino de seducción. 

Se quita el collar y lo deja en un cofre que sostiene su sirvienta. De este modo, deja ver su cuello blanco, uno de los tópicos de belleza física femenina del momento. El unicornio mira atento y complacido. De hecho, sobre ese deseo sensual que está surgiendo da testimonio la presencia del mono en primer plano, entre ambos.

Todo ello ocurre en un hortus conclusus que, junto con el perrito -símbolo de fidelidad- que acompaña a la dama, hacen hincapié en su virginidad. Ésta era en el momento el fundamento de la virtud de las mujeres y por tanto evidencia de su belleza espiritual, clave para encender el deseo del amante. 

Dentro de ese huerto cerrado, todo estalla en fecundidad, desde el campo florido a los árboles llenos de frutos: un roble, un pino, un acebo y un naranjo. Los conejos y las cabras suscriben con su presencia el deseo sexual y la fertilidad. Asimismo los lebreles y el halcón que intenta cazar una garza, sirven de parangón con el juego de conquista de los enamorados.







La ciudad de las damas es una suerte de paseo de la fama de grandes mujeres del pasado, desde el mito y la tradición hasta la historia antigua, medieval y moderna. Iremos recordándolas sirviéndonos de diversas obras de arte que a lo largo de la historia han inmortalizado sus notables hazañas. Estas obras más allá del género biográfico, eran referentes de moralidad en los que se mostraban notables ejemplos de comportamiento humano, bien a imitar por su gran virtud o a rechazar por sus vicios según la moral e intereses vigentes. Aspecto éste sobre el que reflexionaremos también, con el fin de crear un panorama femenino que nos ayude a entender cómo la cultura occidental ha definido los ideales asociados a las mujeres.
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