Mujeres escritoras: La historia de un olvido

 Hoy hemos comenzado la andadura de nuestro club de lectura dedicando la sesión a hablar de la tónica en las vivencias de las mujeres escritoras a través de los textos de Rosalía de Castro y de Alejandra Pizarnik. Analizando sus palabras para desde la reflexión grupal descubrir los puntos comunes en la visión de ambas, dándonos esto las claves de los sentires comunes en las vidas de las mujeres que decidieron dedicar su vida a escribir.



Hemos leído en voz alta "Las literatas; carta a Eduarda"  donde Rosalía de Castro contaba de forma encubierta lo que significaba ser escritora en España en el s. XIX. Ella, firma esta carta a Eduarda con el nombre de Nicanora, y la manda a editar con esta apostilla: 

Paseándome un día por las afueras de la ciudad, hallé una pequeña cartera que contenía esta carta. Parecióme de mi gusto, no por su mérito literario, sino por la intención con que ha sido escrita, y por eso me animé a publicarla. Perdóneme la desconocida autora esta libertad, en virtud de la analogía que existe entre nuestros sentimientos.

Una anécdota tras la que la autora se parapeta para poder hablar de las injusticias que detecta desde su posición, sin ponerse en riesgo ante la opinión pública. 

Para dejar ver que tipo de críticas tenía que soportar una autora, os dejamos las perlas que sus compañeros calificaron a Emilia Pardo Bazán - la que en los comienzos del s.XX fuese la tercera autora más leída en España (solo por detrás de Galdós  y Pereda) - 

“Literata fea con peligro de volverse librepensadora” Menéndez Pelayo. 

Una autora con cerebro de hombre en un cuerpo de mujer la alaba la crítica literaria tras la publicación de su primera novela Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina

“Mujer que se quiere meter a hombre” opinaban casi todos sus compañeros de profesión

Una persistente leyenda en círculos académicos fabula que un catedrático argumentaba que no había sillones con suficiente circunferencia para acoger el literario volumen de doña Emilia.

Es como si se empeñara en ser guardia civila, dirá Clarín con quien la duquesa tenía una abierta enemistad. El mismo Clarín la llamaba "esa puta" en una carta enviada a Pérez Galdós. 

“...si fuese modesta e imitase en esto de callarse a George Sand y reconociese que por mucho que sepa, es sólo como mujer, y por tanto que sabe por modo imperfecto...” Manuel Murguía 

Analizamos también algunos de los apuntes que la escritora argentina Alejandra Pizarnik dejó anotados en sus diarios, sobre las implicaciones vitales y sociales que tenía ser escritora a mediados del s.XX: 

¡Vivir como Jarry! Aquí me hablaría Mme. de Beauvoir de mi situación de mujer. ¡Desear vivir como Jarry cuando no se puede estar una hora en un café sin que surjan dos gusanos por minuto para perturbar la existencia que esta pobre hembra desea desarrollar! 

                                               *   *   * 

Quisiera ser hombre para tener muchos bolsillos. Hasta podría tener siempre un libro en un bolsillo. La ropa femenina es muy molesta. ¡Tan ceñida e incómoda! No hay libertad para moverse, para correr, para nada. El hombre más humilde camina y parece el rey del universo. La mujer más ataviada camina y semeja un objeto que se utiliza los domingos. Además hay leyes para la velocidad del paso. Si yo camino lentamente, mirando las esculturas de las viejas casas o el cielo o los rostros de los que pasan junto a mí, siento que atento contra algo. Me siguen, me hablan o me miran con asombro y reproche. Sí. La mujer tiene que caminar apurada indicando que su caminar tiene un fin. De lo contrario, es una prostituta (hay también un “fin”) o una loca o una extravagante. Si ocurre algo, alguna aglomeración o un choque, y me acerco, compruebo que no hay una sola mujer. Hombres. Nada más que hombres. Me sube la angustia. Siento un espeso vacío y una gran oleada de euforia sexual. Esto me humilla. 

                                                *   *   * 

Creo que mi femineidad consiste en no poder “vivir” sin la seguridad de un hombre a mi lado. (…) En los periodos de ausencia de flirts, me siento terriblemente árida. Inútil. Como si estaría (sic) malgastando mi juventud. Y cuando estoy segura, es decir, cuando camino junto a un hombre que guía mi cuerpo, me siento traidora. Traiciono a ese llamado cercano que me planta junto a la mesita y me ordena: ¡estudia y escribe, Alejandra! Entonces ya no grito “¡me muero de inmanencia!”. ¡No! Entonces me siento ser. Me siento vibrar ante algo elevado que asciende junto a sí.

Esta dualidad me rebela. ¿No han de ser compatibles en forma alguna? Buscar ejemplos. ¡Sí! (…) Simone de Beauvoir (…) K. Mansfield (…) Carmen Laforet (…) ¡Pero también están las otras! (“¡galeotes dramáticos!”) ¡Qué me dices de las hermanas Brontë, de Clara Silva, de G. Mistral (aridez sublimada), de Colette, de Mary Webb, de Edna Millay, de Alfonsina Storni, de Safo, de C. Espina, de R. de Luxemburgo y de muchas otras que no conozco! Es irremediable. ¡Es dramático! Una aspira a realizarse. Yo aspiro a realizarme. Cuento con mis dotes literarias. Pero… ¿y si no serían (sic) notables? ¿Si no son más que que producto de mi mente confusa y de mi experiencia promiscua? ¿Si no son más que elementos extraídos de mi ser arruinado, gastado, que resultan sorprendentes debido a mi edad física? Entonces no solo erré la elección sino que no me realizaré por el camino más natural y sencillo de toda mujer: ¡los hijos! ¡Entonces sería más que frustrada! (…) Entonces… ¿qué? Te preguntas temerosa de hallar respuesta. La respuesta. Por mis frases deduzco que tiendo a elegir el estudio y la creación. Pero también hay algo que se rebela ¡y con causa! Es mi sexo. Acepto encantada las horas del día llenas de libros y de belleza, pero ¡las noches! ¡Las frías noches de invierno! Noches en que oprimo desesperada la almohada suspirando por transformarla en un rostro humano. ¡Y mi cuerpo que ningún brazo oprime! ¡Y mis labios besando el vacío! ¿Cómo otorgar lo que anhela a mi cuerpo febril? No quiero amantes (pues desordenarían las horas de estudio). ¡Al diablo! Tendrían que crearse burdeles especiales para mujeres artistas. Pero no los hay… ¡y es tan trágica la visión de una mujer madura sorbiéndose el cuerpo en la aridez de la noche! Y eso es lo que me espera. Esa imagen destruye todas las embriagueces sagradas. 

                                                          *   *   * 

¿Por qué no me ubico en un lugarcito tranquilo y me caso y tengo hijos y voy al cine, a una confitería, al teatro? ¿Por qué no acepto esta realidad? ¿Por qué sufro y me martirizo con los espectros de mi fantasía? ¿Por qué insisto en el llamado? ¿Por qué me analizo? ¿Por qué no me olvido de mi alma y estrujo el pañuelito húmedo leyendo Cuerpos y almas? ¿Por qué no me visto con elegancia y paseo por Santa Fe del brazo de mi novio? (…) Sé que amo mi alma. Me amo a mí. Amo mi cuerpo y lo besaría todo porque es mío. Amo mi rostro tan desconocido y extraño. Amo mis ojos sorprendentes. Amo mis manos infantiles. Amo mi letra tan clara.

 Si te interesa este tema te esperamos en la sesión abierta online de Escuela de Ateneas el 15 de octubre, Día Internacional de las escritoras. 

Ingresa a la reunión a las 18.00 a través de este LINK .





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