SOFIA TOLSTAIA. ¿De quién es la culpa? (2019): reseña literaria

Sofía Andréievna Behrs (Sofía Tolstaia) podría ser recordada por cualquiera de sus múltiples facetas intelectuales, ya fuera como escritora, memorialista, fotógrafa, editora o traductora. 
Su figura quedó eclipsada por el hombre con el que se casó a los 18 años, León Tolstoi, 16 años mayor que ella. No se limitó a ofrecer apoyo emocional, sino que, en algunos casos, le debemos la existencia misma de sus obras. Fue lectora y crítica, transcriptora, correctora de la obra de su marido. Además fue una de las pioneras de la fotografía en Rusia.

Familia Tolstoy
Tras la publicación de la novela de Tolstoi, Sonata a Kreutzer (1889), Sofía sintió que esta era la gota que colmó el vaso de su matrimonio. Novela sobre el amor carnal y las relaciones sexuales, que fue interpretada por Sofía como un ataque público y despiadado contra ella. Decidió responder en el terreno de la literatura y escribió ¿De quién es la culpa? (1892-93), ficción inspirada en su propia vida.
Hasta la publicación de la novela pasó un siglo y lo mismo ocurriría con su segunda novela Canción sin palabras (1898), inspirada en la relación platónica que mantuvo con el pianista homosexual Serguéi Tanéiev.


Retrato de Sofía Tolstaia
En los primeros años en común Tolstoi escribió las grandes obras Guerra y Paz y Anna Karénina, su amigo Maksim Gorki dice de ellas “sigo pensando que ciertos aspectos de las imágenes de las mujeres incluidas en Guerra y Paz solo pueden ser percibidos por una mujer, que a la vez se los sugirió al autor”. No llegaremos a conocer la verdadera dimensión de la participación de Sofía en la creación de estas obras.

Tras la lectura de ¿De quién es la culpa? es difícil no identificar a Anna, la protagonista de esta novela con Natasha de Guerra y Paz, una exultante juventud, curiosa, inquieta, con afán de conocimiento que le lleva a cultivar amistad con el culto Dimitri Ivanovich en el caso de Anna y de Boris Drubestkoy en el caso de Natasha. En ambos casos se establece una relación intelectual entre ellos, camaradería y placer por el estudio.

Por la tarde llegó Dmitri Ivánovich de una finca vecina; era un estudiante con gafas, rubio y pálido, de maneras descaradas... Se sentaron juntos a leer el mismo libro en las escaleras de la terraza. Dmitri Ivánovich, haciendo pausas incesantes, le explicaba entusiasmado a Anna la teoría de Darwin.  
Mientras el príncipe Prózorski observa la escena, sus pensamientos van en una dirección bien distinta:
Y otra vez Anna apareció ante él y desvistió su cuerpo virginal, fuerte y flexible….De pronto he visto que es una mujer, que no hay nadie más que ella, y que debo, si, no puede ser de otro modo, poseer a esa niña…

Para el príncipe la educación intelectual de Anna no es más que un juego de infancia, el verdadero encanto lo encuentra en el cuerpo joven y virginal. Y con esta premisa la corteja, en una sociedad donde un provechoso matrimonio es imperativo para las mujeres, es inevitable que Anna se rinda a los encantos de la experiencia varonil de un hombre mucho mayor que ella. Sin embargo, su percepción acerca del matrimonio trasciende lo material
Hay que vivir una vida espiritual, mientras que todo lo demás es fortuito. Siento que podría alcanzar tal elevación espiritual que ni siquiera tendría ganas de comer…. Si juzgara el matrimonio como todo lo hacéis, más valdría que no me casase. Antes que nada, es necesario el amor, uno más elevado que todo lo terrenal, un amor más ideal.

El príncipe aparece como el seductor, pero Tolstaia es bastante crítica con él en su descripción, y da cuenta de la falsedad del personaje:
Su excelente formación y su considerable fortuna le abrían todas las puertas. Había viajado mucho, y en su tumultuosa juventud no habían faltado las diversiones; luego, cansado de todo, se había instalado en el campo, donde se dedicaba a la filosofía y se tenía a sí mismo por un gran pensador. Escribía artículos y muchos lo consideraban un hombre muy inteligente. Solo los más perspicaces y eruditos se daban cuenta de que la filosofía del príncipe era lamentable y ridícula.

Pero Anna, que se supone intelectualmente superior a él, lo amaba por ser un seductor, “una suerte de afecto cortés que él mostraba a todas las mujeres y con el que las atraía”.  Ella percibe instintivamente el deseo que despierta en el príncipe
¿Qué le pasa? –se preguntó-. Hace un instante me piropeaba tan efusivo y de pronto esa expresión tan extraña, casi salvaje, en sus ojos…. ¿Qué he hecho para merecerlo?
Al intuir la mirada salvaje y de deseo del príncipe hacia ella no puede evitar el sentimiento de culpa que tan arraigado ha estado históricamente en mujeres, y que en el siglo XXI ha despertado con un grito: “Y la culpa no era mía, ni donde estaba, nicomo vestía”.  Y su culpa era que su talle esbelto, su melena, su juventud, su vestido elegante y sus piernas bien proporcionadas… perturbaban los sentidos de este curtido soltero.

El mito del amor romántico se expresa en toda su plenitud cuando ella acepta contraer matrimonio:
Por alguna razón no tenía ni miedo ni dudas de que sería feliz con ese bueno y comprensivo amigo de la familia que tanto la amaba y que era tan inteligente, apuesto, instruido y elegante.  
Tras la boda:
se ejerció violencia sobre una niña; ella no estaba preparada para el matrimonio; la pasión femenina que había emergido en ella momentáneamente por los celos se sosegó de nuevo, aplastada por la vergüenza y la resistencia al amor carnal del príncipe. Quedaron el agotamiento, la depresión, la vergüenza y el miedo. Anna veía el descontento de su marido, pero no sabía cómo evitarlo; se sometía, pero nada más

En muy pocas palabras se expresa la decepción que el matrimonio puede producir, culpa, celos, miedo, relaciones aborrecibles, todo ello deja un fuerte impacto en su ánimo.
me casé por amor; antes hablábamos mucho y era agradable, pero ahora le tengo miedo y no sé de qué hablar con él
Víctima de maltrato psicológico que la anula:
¿Por qué algunos días está tan cariñoso y no ve más que cualidades en mí y, al día siguiente después de sus caricias desenfrenadas, me convierto de pronto en culpable de todo? Me reprende con acritud y encuentra la manera de herirme en lo más profundo. ¿En qué consiste mi error? Él es tan inteligente, tan bueno, tan instruido…  ¿Y yo? ¡Ah, qué inmadura soy!
La aparición de Dimitri Bejmetev, un viejo amigo de su marido, transforma su vida. Con él se va fraguando una amistad y comunión espiritual que hace que sea una persona imprescindible en la vida de Anna, despertando celos injustificados en el príncipe.
En cuanto a Anna, nunca se había sentido tan feliz ni su vida había sido tan plena. Por todos lados la envolvía una atmósfera de amor imperceptible. No se trataba de las palabras tiernas ni de las caricias rudas que normalmente acompañan al amor, pero todo cuanto la rodeaba rezumaba dulzura y su vida estaba colmada de afecto y de felicidad
La familia se traslada a Moscú, donde Anna triunfa en sociedad, cosa que asombraba al príncipe al verla tan atractiva, seductora y amada en sociedad… nunca la había visto en sociedad, y su éxito y su desenvoltura lo asustaban. Mientras ella
… en el fondo de su corazón, ardía una chispa de felicidad genuina, la chispa del amor que Bejmétev sentía por ella, algo que ella intuía y que iluminaba toda su vida desde dentro. Nunca habría aceptado reconocerlo, pero no podía evitar sentirlo. Cuando la admiraban, se acordaba enseguida de la admiración de Bejmétev. …. Si alguien le hubiese explicado la naturaleza del sentimiento que dominaba su alma, lo habría negado con indignación y horror, interpretándolo como una calumnia, como una acusación de infidelidad. Pero era la realidad.
Anna se da cuenta de que ha perdido su identidad, ya no sabe quién es, lo mismo debió sucederle a la autora después de años de matrimonio con Tolstoi con un cuerpo convertido en una máquina de parir (tuvo trece hijos)
Anna había logrado su objetivo: su marido no la había abandonado. Pero, ¿a qué precio? Recordó todo lo que había hecho para retener a su marido y sintió repugnancia de sí misma. Y ella, ¿qué había sido de ella? Cada vez se sentía más lejos de quien había destruido el mejor lado de su yo, y se sintió aterrada de pensarlo
El viaje que hace sola al campo, supone un reencuentro consigo misma y con Bejmétev, que se encuentra gravemente enfermo
- Y según usted, princesa, ¿qué es lo que hace que viva el amor? Me refiero a hacer que perdure.
- Un vínculo espiritual, por supuesto. Un amor así es eterno, para él no existe la muerte.
- ¿Cree en un vínculo exclusivamente espiritual?
- No sé si exclusivamente o no, pero espiritual sobre todo, esa es la felicidad indiscutible
Con todo esto, volvieron los celos, los contactos con Bejmetev, volvió a pintar y comenzaron a traducir juntos una obra, recuperó la paz. Pero este sentimiento tenía una duración limitada en el tiempo, Bejmetev, gravemente enfermo partiría al extranjero y no volverían a verse nunca más.

Como suele ser habitual en situaciones de maltrato psicológico, cuando la mujer se empodera y deja de manifestar miedo y sumisión, es cuando comienzan los celos que atormentaban cada vez más al marido
Los celos lo atormentaban cada vez más y su odio por esa mujer a quien deseaba ser el único en poseer aumentaba terriblemente. Pero al mismo tiempo que se acrecentaba su animadversión también lo hacía su deseo, un deseo animal, irrefrenable: sentía que su fuerza y su ira eran cada vez más violentas.

La tragedia se vislumbra como la culminación a una vida de sufrimientos, miedos y tristezas. El asesinato –real o metafórico- representa para Tolstaia la derrota del ideal del amor entre iguales y la anulación de la mujer en el matrimonio a manos del marido.

Obras relacionadas:
  • Tolstoi, L. Sonata a Krutzer. Ed. Acantilado. Barcelona 2003
  • Tolstoi, L. Guerra y Paz
  • Tolstoi, L. Anna Karenina


Comentarios

  1. ¡Gracias Juana! Una magnífica reseña. Eso sí, dura, como el libro, como la historia, como la Historia, siempre igual...

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