Violencia sexual: Cuando los mitos llegan al Extremo. Revisión de mitos y verdades sobre la violación.

La obra de teatro “Extremo” llegó al Auditorio de Cuenca el pasado mes de noviembre, como parte de la más que amplia selección de actividades y actos que suelen rodear el 25N (día por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres); tan amplia que parece que todo lo existente se tiene que concentrar en unos pocos días y el resto del año no hay violencia de género contra la que luchar y queda relegada a unos minutos de telediario en la sección de sucesos. Pero ese es otro melón del que no hemos venido a hablar hoy aquí. Spoiler: vamos a desvelar contenido de la obra de teatro en el resto del artículo. 


Producida por Mesina Troupe y Alborada Espacio Creativo y basada en un texto de William Mastrosimone, “Extremo” se presenta como lanzadera de esta pregunta: ¿qué pasaría si nos tomáramos la justicia por nuestras propias manos? Así, la obra empieza con un asalto a la casa de tres chicas jóvenes por parte de un agresor, que intenta por todos los medios violar a Marjorie, la protagonista. Esta consigue zafarse, y ante la posibilidad de no poder probar el asalto, acoso e intento de violación por parte de “la bestia”, se plantea qué hacer con él y cómo castigarle para que no pueda volver a hacer lo que esta vez no ha conseguido y para obtener una justicia que ve imposible conseguir por otros medios, como la denuncia. 

 

A lo largo de la obra, todo gira en torno a dos dilemas: la protagonista, por un lado, se plantea qué hacer con su agresor y cómo terminar con él y así evitar que no solo vuelva a por ellas, sino a por cualquier otra víctima que depredar; por otro, las amigas y compañeras de piso, que se mueven entre ayudar a Marjorie o llamar a la policía, pasando por todas las posibles ramificaciones de cualquier paso que den pero, sobre todo, llegando a cuestionar muy abiertamente la veracidad de lo que su compañera de piso les está contando: que la han intentado violar en su propia casa, y que ellas iban a ser las siguientes. 

 

Hasta aquí, todo parecía normal. Fuimos al teatro a ver una obra que supuestamente nos presentaba una situación más que común para muchas mujeres y nos prometía una alternativa no tan común en la que las víctimas tenemos la libertad de decidir qué hacer con nuestros violadores y el poder cambiar del lado del agresor al de la víctima. No obstante, muy lejos quedaron nuestras expectativas, y salimos con sensación de desilusión e indignación causadas por la propuesta presentada. Y es que, a pesar de tener varios puntos acertados o próximos a la realidad que puede vivir una víctima de violencia de género, pesó más la rastra de mitos sobre las violaciones que no hacen otra cosa que contribuir a que se perpetúe todo lo que se sigue malentendiendo y asumiendo de ellas. A continuación resumimos los principales puntos a revisar, que, por cuestiones de longitud, ya que los datos oficiales son extensísimos, terminaremos de explicar en detalle en una serie de artículos en los próximos meses.

 

Algunos de los mitos que la obra asume, sin cuestionar, haciendo caso omiso de los datos oficiales y las investigaciones oficiales sobre las agresiones sexuales en nuestro estado, son:  

  • El agresor es desconocido para la víctima, es un delincuente habitual también por otras causas y se cuela en tu espacio (en este caso tu casa). 
  • El agresor es un hombre con problemas de salud mental. 
  • El agresor agrede por placer y le gusta que le digan “te quiero”, “me pones”, etc. 
  • Las amigas (bien se sabe que las mujeres no sabemos realmente ser amigas…) se ponen a discutir sobre líos amorosos mientras una de ellas casi ha sido violada.
  • No hay pruebas en el cuerpo de la víctima, pero le ha llegado a tocar (por lo que sí hay). Igualmente en el cuerpo del agresor. 
  • Papel de la policía inexistente en la actualidad ante un acto así, de hecho no llegan ni a llamar a los servicios sanitarios ni policiales de emergencia. 
  • No es real ni actual: se supone que es de 2019 (pre Ley Solo Sí es Sí)

 

Además, algunas de las realidades que consideramos que deberían estar en la obra y creemos que al no estar presentes desacreditan gran parte de la obra son: 

  • La mayoría de agresores son personas conocidas para la víctima, como veremos en futuros episodios de esta serie de artículos. Además la mayoría no tienen ningún problema de salud mental más allá de las que podemos tener todas o todos hoy día. Hace años que, por eso, desde los feminismos insistimos en que son “hijos sanos del patriarcado”. 
  • La realidad es que los agresores más comúnmente agreden por poder y por impunidad y no por placer, al igual que el consumo de relaciones sexuales con pago económico de por medio.
  • El entorno de las víctimas cada vez es más consciente de que la situación es grave y hay que apoyar a la víctima desde el minuto uno.
  • Las mujeres (con excepciones) no somos tan frívolas como para ponernos a debatir si una se ha liado con el novio de otra cuando esa una acaba de ser agredida sexualmente y el agresor aún está en la sala. Es más, por experiencia propia podemos decir que la mayoría de amigas, e incluso desconocidas, estamos bastante concienciadas como para apoyar y desplegar toda una red de cuidados hacia una persona que ha sufrido una situación tan violenta como es una agresión machista y más aún en caso de una agresión sexual. 
Imagen recogida de aquí

Antes de terminar, queremos dar algo de espacio a los puntos acertados, próximos a la realidad, que se pusieron en ese escenario, y sobre los que también hablaremos en más detalle. Vamos a destacar dos: el autocuestionamiento por el que pasa la mujer que ha sido abusada, sea el grado que sea, por no llegar a ser “la víctima perfecta”. Esa víctima perfecta que tiene que mostrarse débil, hundida, insegura, infeliz. Esa víctima que no puede ser fuerte y tener ganas de justicia, y esa víctima que no puede quejarse mucho si no ha llegado a ser violada o asesinada porque, “total, podría haber sido mucho peor”. Un autocuestionamiento que viene además reforzado hasta por los círculos más cercanos, como bien demuestran las compañeras en esta obra. 

 

Además, la víctima misma duda sobre la posibilidad de llamar a la policía por no ver o entender la gravedad del asunto. Esto sin tener en cuenta lo difícil que es casi siempre nombrarnos y reconocernos en voz alta como víctimas, y cómo aun reconociéndolo, está la gran dificultad que conlleva decirte a ti misma “soy víctima” y encima tener que demostrarlo, sin saber lo que supone iniciar un proceso judicial que nunca sabes cuándo ni cómo, ni siquiera si va a terminar. Y, aunque insistimos en que las amigas no lo hagan, por desgracia la sociedad en términos generales sí sigue dudando de la víctima casi por encima del cuestionamiento hacia los agresores y haca los hombres que cometen esas “pequeñas” violencias en sus casas, entornos sociales, laborales y privados. 

 

Por otro lado, uno de los pocos momentos en los que ambas asentimos fue cuando Marjorie, la protagonista, describe la potencial cárcel psicológica en la que ella va a quedar denuncie o no denuncie, entre el agresor en prisión o no: sentir que no hay ningún lugar seguro, que en cualquier esquina puede aparecer él u otro agresor, escuchar ruidos y ver siluetas donde no las hay, dejar de dormir recordando una y otra vez la pesadilla vivida, recurrir a las pastillas para poder seguir una vida medianamente normal, despertarse a las 4 de la mañana y creer que ves a una persona sentada enfrente de tu cama donde solo hay un montón de ropa, no confiar en absolutamente nada ni nadie, sentir que no puedes hablar del tema en alto porque o no te van a creer o no te van a querer escuchar otra vez… Esta es la prisión a la que las mujeres víctimas se someten, tomen o no la decisión de denunciar (decisión que las autoridades siguen presentando como si fuera un paso fácil y evidente, de lo que también hablaremos otro día). Todos estos son síntomas del shock que supone vivir un intento de violación o cualquier otro tipo de agresión sexual, cercanos o incluidos en el trastorno de estrés post traumático. 

 

Reseñas de la obra aparte, nos quedamos también con dos detalles bastante significativos de ese día: en primer lugar, que la sala estaba a un tercio de ocupación, siendo optimistas. No sabemos si esto se debe a una poca difusión o publicidad de la obra (nosotras mismas no nos enteramos de la misma hasta unos días antes) o de que parece que este tema no atrae tanto la atención del público conquense (¿quizás no sea agradable sentarse a ver una obra que gira en torno a la violencia de género?). A esto le sumamos que la mayoría éramos mujeres, es decir, la parte de la sociedad que sabe de sobra lo que puede suponer una violación, que ha sufrido una situación similar o que sabe que, simplemente por el hecho de ser mujeres, les puede pasar. ¿Dónde estaban los hombres, jóvenes o no tan jóvenes, a los que tenemos que seguir concienciando día a día de nuestra realidad? 

 

Para hacerlo peor, el comentario más escuchado entre el público al salir de la sala fue “pues, me ha gustado, pero el principio me ha parecido muy violento, demasiado dura”. Nosotras, mientras tanto, escuchábamos con incredulidad y nos preguntamos: pero, ¿qué esperabais? Partiendo de que se blanquea y se suaviza una violación desde el principio, ¿acaso una violación no es violenta y dura? Pues, si es dura de ver, imagínense sufrirla.  

 

Por todo esto queremos terminar este primer artículo sobre mitos en las violencias sexuales diciendo dos cosas alto y claro: 

 

En primer lugar, hermana, yo sí te creo y la manada somos nosotras y lo estamos demostrando con cambios sociales y legales. Busca tu red, formada por esas personas a las que ante una situación de vulnerabilidad van a estar ahí para escucharte y apoyarte y sobre todo que sabes que nunca te cuestionarían si vives violencia sexual de cualquier tipo. 

 

En segundo lugar, agresor, eres un hijo sano del patriarcado y tu lugar es alejado y, a menudo, en la cárcel. No nos cuentes tu vida, ve a la policía y entrégate. Cada vez tu impunidad es mejor gracias a leyes como la Ley 10/2022. Y es que frente a desinformaciones ampliamente extendidas, la realidad es que la conocida como la “Ley solo sí es sí” aumenta el rango de agravantes de las agresiones sexuales, mejorando la precisión con la que se pueden juzgar las violencias machistas y reduciendo las generalidades a las que algunas condenas nos tenían acostumbradas. 


Este artículo es fruto de la colaboración de Estefanía Prior Cano (Escuela de Atenas) y María Muelas Gil  (Los Ojos del Júcar) 

Comentarios

  1. Anónimo16 enero

    Muy interesante el artículo. Yo no he visto la obra, pero me parece curioso que el público comentara que le parecía violenta cuando trata sobre una violación y se llama Extremo…
    Veo que está basada en una obra del 1982. Desde entonces la conciencia sobre el tema ha cambiado bastante. Quizá pediría una adaptación más libre y actualizada, pero el artista elige lo que quiere hacer. Y nosotras si nos gusta o no. Promulgar el tema de la enfermedad mental es ya cansino y dañino.
    Gracias por vuestro punto de vista.
    Laura.

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