JUDITH: un ejemplo de victoria y virtud.


Judith con su sirvienta tras decapitar a Holofernes, ca. 1495-1500.
Andrea Mantegna (ca. 1431-1506), National Gallery of Ireland, Dublín.



En un trampantojo, Mantegna convierte temple sobre lino en una talla sobre mármol jaspeado. Con esta grisalla, el artista traslada al espectador al mundo de la escultura grecolatina y, así, al mundo de los grandes hitos del pasado, referentes de su presente. Concretamente, se cree que un miembro de la familia Gonzaga -a cuyo servicio estaba desde hacía 40 años- le encargó un ciclo de mujeres notables de la historia antigua del que formaría parte esta pintura.

Entonces Judith era uno de los principales ejemplos de victoria y virtud para toda la sociedad renacentista -desde la joven doncella hasta el curtido guerrero- por su sabiduría, su valentía y la entrega de su persona por el bien común. En plena expansión del imperio asirio de Nabucodonosor II, un ejército incontable bajo el mando del general Holofernes sitió la inexpugnable ciudad de Betulia, puerta al territorio de Judea. Antes habían arrasado las tierras y ciudades a su paso, masacrando a sus gentes, haciéndoles esclavos y sembrando el terror desde Nínibe a Damasco. Betulia estaba a punto de sucumbir de sed, cuando una joven viuda de extraordinaria belleza llamada Judith - “la judía”- urdió un plan para poder liberar a su pueblo del yugo asirio.


Una noche, Judith cambió sus ropas de viuda por las de fiesta y se cubrió de joyas y perfume. Así, junto a su criada, sin más arma que su inteligencia, salieron estas valientes de la ciudad y entraron en el campamento enemigo. Allí, la joven les explicó cómo podrían tomar la ciudad sin perder ni un hombre. En ese contexto, su hermosura le sirvió de escudo, facilitando que todos los soldados la admiraran y creyeran sin dudar. Pasaron tres días y Holofernes consideró que “sería vergonzoso dejar marchar a una mujer como esa sin haberme acostado con ella. Si no la conquisto, se va a reír de mí”. Con tal fin organizó un banquete con Judith y los más cercanos de su tropa. “Holofernes estaba entusiasmado con ella y bebió como jamás lo había hecho” 

A la noche todos los hombres estaban totalmente embriagados y volvieron a sus tiendas, dejando al general borracho en su lecho. El mismo que se había propuesto seducir a la joven hebrea, anonadado por su belleza, estaba totalmente a su merced. Lo único que había tenido que hacer Judith esa noche era esperar a que aquel gigante en el campo de batalla, que se había convertido en un fantoche en la tienda, cayera por su propia arrogancia. Así, Judith cogió la daga del general, agarró sus cabellos y le dio dos golpes en el cuello con toda su fuerza. Cortada su cabeza, salió de la tienda donde le aguardaba su sierva y metieron la cabeza en la alforja, donde habían traído su propia comida realizada según los ritos judíos para alimentarse aquellos días. Protegidas por la noche, volvieron a Betulia y allí colgaron la cabeza del tirano de las murallas. A la mañana siguiente el ejército huyó fruto del miedo ante tal hazaña.


Por ello, en el contexto belicista y de rivalidad entre reinos y territorios del Renacimiento, Judith se tenía por un gran referente de cómo la inteligencia puede vencer a todo un ejército. Símbolo de cómo una pequeña ciudad podía vencer a una gran potencia. Mantegna la muestra con la monumentalidad de una matrona romana y, pese a las fuentes, la desnuda de toda joya y riqueza superflua; sólo deja el testimonio de la diadema. Mantegna le quita el disfraz con el que conquista a toda la tropa, porque visualmente se asociaría con el pecado de la vanidad. Frente a la fidelidad de la narración, prefiere construir una imagen que emane la virtud de la que es ejemplo: sobriedad y sencillez en el vestir para suscribir su castidad inquebrantable como viuda pese a ser tan deseada; y cuidado y decisión en sus gestos para incidir en su prudencia y valentía. Finalmente, deja al lado la banderola enemiga, pues en el contexto bélico renacentista eran parte clave de la celebración del triunfo. Con ella se incide en la imagen de Judith como una gran heroína bélica, portadora del triunfo y la victoria por su propia sabiduría.


La ciudad de las damas es una suerte de paseo de la fama de grandes mujeres del pasado, desde el mito y la tradición hasta la historia antigua, medieval y moderna. Iremos recordándolas sirviéndonos de diversas obras de arte que a lo largo de la historia han inmortalizado sus notables hazañas. Estas obras más allá del género biográfico, eran referentes de moralidad en los que se mostraban notables ejemplos de comportamiento humano, bien a imitar por su gran virtud o a rechazar por sus vicios según la moral e intereses vigentes. Aspecto éste sobre el que reflexionaremos también, con el fin de crear un panorama femenino que nos ayude a entender cómo la cultura occidental ha definido los ideales asociados a las mujeres.
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